Al llegar a la ribera del río Bio bío y contemplar el Monumento a las víctimas del 27 F, el prejuicio por un lugar que implicó tanto millones de pesos, más de 2 mil millones, para su construcción por parte del gobierno, inaugurado durante la gestión Piñera, y que generó tanta disconformidad de la ciudadanía debido a su alto costo, no deja de ser lo primero que llega a mi mente.
Estuve en este sitio en un día soleado. Tras avanzar unos metros e internarme en las esculturas, la sensación de estar sumergiéndome en las aguas del mar se apodera de mis sentidos. Al parecer esa era la idea de los artistas creadores del monumento: sentir lo mismo que sintieron aquellas personas cuyas vidas culminaron aquella trágica madrugada de fines de febrero de ese año 2010.
Las imponentes esculturas son unas sólidas paredes, emulación de altas olas, de hecho su altura es la misma que la pared de agua que azotó las costas de las regiones del Bio bío y del Maule durante el tsunami posterior al terremoto.
Entre ellas, el aire cola de una manera tan perfecta, que es posible escuchar el ruido del mar. El escenario allí dentro es tétricamente sobrecogedor.
Los rayos de sol también hacen lo suyo. El juego de luz y sombra que se vive entre estas imponentes moles entrega flashes de lo que mi mente imaginativa interpreta como un adelanto de lo que sucedería en un mundo apocalíptico. El círculo en el sol presente ese día alrededor de nuestro astro rey no hace otra cosa más que confirmar mis fantasiosos augurios.
Rascacielos, olas, lo que sea que pasó por la mente de los escultores que diseñaron el Monumento del 27F, lo cierto es que estar en su interior, y percibir, o tratar de percibir, lo que esta creación nos quiere expresar, resulta ser una experiencia única, que no deja indiferente a nadie.
