Opinión: Un gabinete a la deriva

Opinión: Un gabinete a la deriva

15 Mayo 2015

Para efecto de hacer frente a la corrupción y el desprestigio de la política, no hay figura en el nuevo Gabinete que se destaque en la cruzada de saneamiento moral que hay que emprender antes que los escándalos terminen por derrumbar hasta el propio orden institucional vigente.

Juan Pablo Cárdenas >
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No había caras alegres en el nombramiento de un nuevo Gabinete. Ni siquiera entre los nuevos ministros o los que escalaron a responsabilidades superiores. Temprano, la propia Presidenta entró a disgusto al Palacio Presidencial y ni qué decir de los secretarios de estado que fueron destituidos, y que la acompañaron tan fielmente en su primer año de gobierno sin otro expediente de que ser personas amigas de la Mandataria, como de su mayor confianza. Demasiado tiempo en ascuas para un resultado tan discreto y sin mayores novedades que la de incorporar al Gabinete a dos personas muy vinculadas al repudiado lobbista Enrique Correa y de haber disminuido la presencia de mujeres en el entorno de Michelle Bachelet: esto es a solo cinco dentro de un cuerpo ministerial de veintitrés.

Respecto de la orientación ideológica del nuevo Gabinete es difícil sacar conclusiones, pero desde la Derecha y de las cúpulas empresariales, se celebra la ratificación de algunos secretarios de estado, la renuncia de otros y el nombramiento de nuevo Ministro de Hacienda. Hasta aquí no se escucha ni se lee desde la izquierda o los sectores sociales más movilizados algún beneplácito por la composición del nuevo cuerpo ministerial.

Más bien, al reconocer que la Presidenta prescindió de los partidos políticos en sus cavilaciones previas, lo cierto es que las cúpulas y colectividades han apreciado en este cambio el nombramiento de personas más “orgánicas” y vinculadas a ellos. Celebrando, al fin, aunque con prudencia, la salida de personas que, teniendo militancia política, más bien se había ido “por la libre” en la seguridad de que contaban con el apoyo total de la Jefa de Estado. No sabemos, asimismo, hasta cuánto tiempo más los desvinculados van a ocultar su desazón por haber perdido la confianza de la Bachelet, a no ser que en los próximos días reciban una compensación suculenta con otro cargo de gobierno, con el nombramiento en algún directorio de empresa pública o con la destinación a una Embajada que les resulte placentera.

Nadie podría afirmar sinceramente que los recientes cambios ministeriales auguran un impulso a las reformas prometidas en el programa presidencial. Los nuevos titulares del Interior y de Hacienda, pese a sus innegables méritos personales, no son personas identificadas con los cambios profundos. Nunca se les ha visto pronunciarse en favor, por ejemplo, de una Asamblea Constituyente, como tampoco se han manifestado partidarios de una reforma acuciosa del sistema de salud y pensiones. Aunque el ex ministro de Defensa Jorge Burgos aludió algunas veces a la injusticia que representaban los derechos que en estas materias se han consagrado a los militares en relación a la población civil.

Claro. Era imposible esperar que fuera removido de su cargo el Ministro de Relaciones Exteriores, pese a la convicción muy amplia de que la defensa de Chile en La Haya fue prepotente y se fundó demasiado en una presunción falsa de lo que serían los alegatos bolivianos. Lo cierto es que el Canciller tiene su cargo plenamente garantizado mientras continúe pendiente el fallo del Tribunal Internacional de Justicia.

Para efecto de hacer frente a la corrupción y el desprestigio de la política, no hay figura en el nuevo Gabinete que se destaque en la cruzada de saneamiento moral que hay que emprender antes que los escándalos terminen por derrumbar hasta el propio orden institucional vigente. Se pensó equivocadamente que la Presidenta pudiera ingresar a la nómina de sus colaboradores más cercanos a algunos de esos abnegados miembros del Consejo Asesor que creó para encarar el problema. Y esto se convierte, quizás, en lo más desalentador del nuevo Gabinete que, en lo general, representa más una rotación ministerial que la consolidación de un equipo para emprender una segunda fase transformadora del actual Gobierno.

Más bien, lo que se puede temer es que desde ya se desate una encarnizada competencia electoral por suceder a un gobierno que, finalmente, no llegará a constituir mucho más que los anteriores dentro de la interminable posdictadura. Tampoco habría mucho que esperar respecto de la recuperación de la deteriorada imagen presidencial.

Si bien se nos despejaron muchas incógnitas lo cierto es que el país en su conjunto parece estar más a la deriva que antes.