Cambio tranquilo, sin miedo

Cambio tranquilo, sin miedo

01 Julio 2021
La pregunta que las elites, de derechas y poderosos a izquierdas y excluidos, deben hacerse es si se facilitará al cambio tranquilo o éste se abrirá paso en medio de la violencia.
José Sanfuentes >
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Nueva Constitución, Democracia, Participación Ciudadana. Foto: Unsplash

La contumacia (tenacidad en mantener un error) de la derecha ha llevado al país a un clima de beligerancia que tiene inundada de miedo a la sociedad. Luego de las potentes movilizaciones estudiantiles del 2011, el primer gobierno de Piñera se vio compelido a administrar la inercia, Concertación V se le llamó.

Luego, el ambiente lo interpretó bien Bachelet y se reeligió con un programa de cambios, a estas alturas bastante moderado. Bajo el liderazgo de Piñera la derecha le negó la sal y el agua, incluso pidió la renuncia presidencial, y la política del desalojo le dio resultado reeligiéndose en 2017. Tal cual en su primer Gobierno fallaron en leer la realidad y en contar las fuerzas en disputa. No atisbaron que estaba en marcha un soterrado movimiento reformista que recorría amplios sectores y regiones del país y tampoco supieron contar que estaban en minoría, para lo cual bastaba con mirar los resultados en las parlamentarias y la primera vuelta.

Se ensoñaron con la victoria sobre Guillier, candidato levantado por una extraña alianza entre comunistas y radicales, liderados por el diputado Auth, quienes sepultaron la naciente alianza de la Nueva Mayoría. Creyó la derecha que se les había renovado un mandato para exacerbar el modelo favorable a los negocios de los poderosos: plata dulce a destajo y chorreo en la medida de lo posible. El resultado fue que unas adolecentes saltando torniquetes convocaron a un pueblo hastiado que irrumpió en las calles y en las urnas, desatando un proceso que nos tiene ad portas de una nueva Constitución y de un Gobierno progresista que, quien sea lo encabece, llevará a cabo profundas transformaciones en el modelo y en todas las esferas de la sociedad.

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Porque los cambios vendrán opóngase quien se oponga, es bueno tenerlo claro, tan solo es leer bien la realidad y contar sin errores las fuerzas. Ya no hay marcha atrás. La pregunta que las elites, de derechas y poderosos a izquierdas y excluidos, deben hacerse es si se facilitará al cambio tranquilo o éste se abrirá paso en medio de la violencia. En las elecciones presidenciales estará la respuesta, incluso la deriva de la Convención Constituyente también se definirá en ese acontecimiento.

Si la segunda vuelta presidencial es entre Lavin y Jadue es altamente probable que Chile entre en un espiral de violencia superior a los recientes. No es una admonición acerca del carácter democrático o no de esos partidos políticos, cada cual tendrá su opinión. Tal disputa es exactamente la polarización exacerbada, escenario propicio que ha estado enhebrando peligrosamente la derecha. Entre la UDI y el PC se la tienen jurada, unos harían ingobernable el Gobierno de los otros y al medio de esa trifulca quedará el pueblo que, como siempre, será quien pague los platos rotos. El desenlace es insospechado, ponga a volar su imaginación, siendo éste, el ingrediente principal en que se anidan los miedos que hoy atraviesan Chile.

Según la encuestología de empresas derechistas y acorde al mutuo bombineo entre ambos candidatos, con Lavín ansioso por enfrentar a Jadue, ellos parecieran ir punteando sus primarias. Puede ser, y si ganaran en primera vuelta, sería un paso más al desvarío. Porque se repetiría el cuadro de 2017 que posibilitó el triunfo de Piñera. En efecto, la posibilidad de un Gobierno de Izquierda amplia quedó frustrada aquel infausto 19 de mayo de 2021, cuando el Partido Comunista impuso su hegemonía para oponerse a una primaria unitaria. No fue un “error”, es tan sólo la consecuencia dogmática de las resoluciones de su último Congreso, que declaró que el objetivo principal de esta etapa es avanzar en un proceso de acumulación de fuerzas tanto social como institucional, es decir, nuevos asientos en el Parlamento, y que la candidatura presidencial es mero instrumento para ello. En consecuencia, aun teniendo las fuerzas democráticas amplia mayoría social y política, con la polarización, es altamente probable que Lavin derrote a Jadue, del mismo modo que Piñera derrotó a Guillier. Ese cuadro catastrófico para el pueblo y para los cambios que Chile necesita sería una responsabilidad ante la historia que tendrían que asumir los paladines del sectarismo.

Sin embargo, hay una leve esperanza, Gabriel Boric está tensionando positivamente el ambiente político. Su triunfo sería un golpe a la cátedra, cambiaría drásticamente el futuro político. Tal vez tendría ahora el peso político, que no tuvo ese 19 de mayo, para jugárselas por articular un acuerdo amplio de izquierdas, que incluso obligue a la Democracia Cristiana a definiciones políticas y programáticas más avanzadas. 

Si se dieran los polarizantes resultados más probables de las primarias, Lavín y Jadue triunfantes, paradojalmente, la pelota quedará botando a la entrada del área para la fenecida Concertación por la Democracia. Habiendo sido ella el principal objeto de crítica de l@s jóvenes de los torniquetes, “son 30 años, no 30 pesos”, sus Partidos habrán sido otra vez situados en el umbral de la conducción de la nueva transición, ya no de la dictadura a la democracia sino hacia profundizar la democracia con justicia social. Tendrán sobre sus hombros la responsabilidad de impedir una victoria derechista y encabezar el proceso transformador.

Unidad por los cambios sociales, Transformaciones profundas con gobernabilidad, Revolución de la dignidad, Estado de bienestar o democrático y social de derechos, son nombres que han adquirido las opciones presidenciales de este sector. Pero el pueblo desconfía. Especialmente cuando ve a los dirigentes que manejan estos Partidos y que apadrinan las eventuales candidatas presidenciales del sector. Es interesante observar que sus victorias en los distintos eventos electorales tuvieron de protagonistas generalmente a rostros nuevos. En la batalla de Santiago, la principal figura electoral DC, ex Intendente y excandidato presidencial, pasó serios apuros ante una novel promesa, ayer desconocida, del Frente Amplio.

Pero no se trata de rostros. Se trata de compromisos. No de la falacia derechista en cuanto a “revalorizar la obra de los 30 años”, sino de ofrecer un Programa claro y específico de transformaciones al pueblo, y prometer solemnemente que se llevará a cabo en la medida que tenga el apoyo de la mayoría nacional. Y como dijo el sabio que señalaba que no se pueden esperar resultados distintos haciendo lo mismo con los mismos, tal Programa debe estar encarnado por dirigent@s que no hayan tenido responsabilidades principales en los Gobiernos de estos 30 años, e incluir a nuevas generaciones de todo el espectro social y político que respalde este Programa en la segunda vuelta. A no equivocarse.

Tienen razón quienes evalúan que la propuesta de transformaciones, no el voluntarista listado de supermercado sino las cuestiones principales, hoy se ha convertido en factor relevante para generar la confianza y movilizar las esperanzas de los protagonistas de la vida social. Esto es así por la profundidad de la crisis del país y por la politización que ella ha significado para las mayorías activas. Un Programa transformador que comprometa de verdad, elencos renovados y una candidatura presidencial que obtenga la victoria en noviembre y reúna a las mayorías en la segunda vuelta, es el camino para vadear la violencia y lograr el cambio tranquilo que anhelan chilenas y chilenos.