El Ciudadano y el Consumidor: ¿Antagonistas de una misma historia?

El Ciudadano y el Consumidor: ¿Antagonistas de una misma historia?

16 Octubre 2020

Debemos ser capaces de exigir ser más que simples compradores, y avanzar hacia dignificar nuestras acciones dentro de lo que llamamos “nuestra democracia”.

Pablo V. Rodríguez >
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Siempre ha sido una conversación incómoda cuando hablamos de consumidores y democracia, porque la reacción inmediata, de algún sector de la población, es señalar “somos personas; no consumidores”, haciendo alusión directa a que no podemos transmutar nuestros derechos a un simple ejercicio de “comprar algo”.

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Lo anterior posiblemente tiene algo de cierto, pero a la vez algo de sobre reacción. Efectivamente, no podemos pretender que nuestros únicos derechos, o mejor dicho, la única forma mediante la cual participamos dentro de nuestra vida nacional, aparte del voto (que es bastante acotado), sea comprar o contratar algo. Debemos ser capaces de exigir ser más que simples compradores, y avanzar hacia dignificar nuestras acciones dentro de lo que llamamos “nuestra democracia”. Por lo mismo, no es raro ver consignas señalando “no somos consumidores; somos personas”. Frente a ello, comparto plenamente el sentimiento de no querer ser relegado a simplemente una persona que interviene según su dinero.

No obstante, me permitiré hacer algo que desde ya varios años hago en distintos espacios, y que es defender y justificar el concepto “consumidores o consumidoras”. 

En primer término, no debemos obviar que el consumo es una acción mediante la cual adquiero algún bien o servicio que me permite satisfacer una necesidad; por lo cual, no necesariamente el consumo está ligado al concepto “onerosidad” o “dinero”, sino que también puedo consumir cosas que estén exentas de pago  por ser comunes a todas las personas o ser jurídicamente inapropiables por los particulares. Así, tenemos ejemplos tan absurdos pero a la vez reales, como el consumo de aire; de luz solar; de sombra de los árboles; o de otros bienes que permiten satisfacer una necesidad.

Por otro lado, también distingo el concepto consumo en dos vertientes: consumo como “acto de comercio”; y consumo como “acto de vida”.

El consumo como “acto de comercio” es la acción que realizamos, en el mercado, para adquirir un producto, o contratar un servicio, que nos permita desarrollar alguna acción, y en definitiva, que me permita satisfacer una necesidad que requiero para sostener mi calidad de vida. Cuando ejercito este acto, debo necesariamente pagar un precio o tarifa que cobra quien me suministra estos bienes, y que le permiten, a la vez, sostener su modelo de negocio. Bajo esta acción, puedo consumir productos tan importantes como agua potable, luz eléctrica o telefonía; como también algunos que aspiren a otro tipo de satisfacción como lo pueden ser las joyas; equipamientos tecnológicos; autos o yates. Frente a este tipo de consumo, uno podría levantar críticas o comentarios, dado que si el sistema distributivo de la riqueza es desigual, esto necesariamente se verá reflejado en la calidad de vida que puedo obtener por la adquisición de estos bienes.

Pero por otro lado, tenemos al consumo como “acto de vida”, el cual tiene como función principal lograr la subsistencia de las personas (e inclusive más, de los seres vivos), a través de acciones que van encaminadas a posibilitar que exista, en términos sencillos, la vida. Así, este consumo escapa de la concepción “frívola” que se le ha pretendido dar al concepto, y nos hace entender que todo ser vivo, para vivir, necesita consumir. La evolución nos demostró que fue posible llegar a la existencia de los animales, humanos, plantas, etc; dado que los microorganismos y organismos fueron consumiendo luz solar, agua, proteínas, aminoácidos y una serie de nutrientes, vitaminas, minerales que hicieron sostenible la vida en nuestro planeta. Por lo mismo, el consumo no es una acción ajena a nuestra vida, de la cual podamos desprendernos y obviarla, sino que debe ser el centro de nuestra existencia.

Sin embargo, el desarrollo de las economías de libre mercado, y la doctrina del neoliberalismo, “contaminó” el concepto consumo, y lo relegó a una simple acción frívola que, el que tiene la capacidad económica, puede realizarlo; pero, como mencioné anteriormente, el consumo involucra muchísimo más.

Por lo mismo, y no queriendo extenderme más, pido que nos re-apropiemos del concepto “consumidor y consumidora”, comprendiendo su real y amplio significado, ejerciendo acciones responsables que garanticen nuestro consumo hacia el futuro, y por lo mismo, la vida; y sobre todo, que entendamos que consumir es un derecho que debemos luchar para protegerlo, y que el Estado debe garantizar un acceso mínimo a él, porque sin esto, podríamos ver altamente en peligro nuestra subsistencia.

¡Podemos ser ciudadanos y consumidores a la vez!

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