90 clásicos de la literatura para gente con prisas

90 clásicos de la literatura para gente con prisas

09 Marzo 2011

De manera resumida, siempre que se relata una obra no se hacen más que pequeños recortes de su argumento, se realiza una disección de lo leído. A fin de cuentas, se toma una decisión respecto a lo dicho.

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«90 clásicos de la literatura para gente con prisas» se lee en un fracción ínfima del tiempo necesario, digo: del tiempo necesario para leerse siquiera una de las obras contenidas entre sus páginas. Hay clásicos, evidentemente, hay decisiones cuestionables y otros que no se encuentran, pero vaya a saber uno lo que pase por la cabeza de un lector sueco como lo es Henrik Lange. Éste es dibujante de cómic desde comienzos de los ’90, que de pronto da un golpe a la cátedra poniendo una bomba de racimo dentro del mismo formato del que se nutre, pero no por ello entrando en la lista misma de los «clásicos».

 

En apenas cuatro viñetas (3 si uno se pone exquisito, y considera a la primera únicamente como título), quiere conservar el núcleo de, por ejemplo, Moby Dick… sí, la misma de 135 capítulos: “El joven y aventurero Ismael se enrola en el barco ballenero del capitán Ahab. / Surcan los mares en busca de ballenas, pero no de las normales, sino de Moby Dick, que obsesiona a Ahab. / Como en toda obsesión insana, al final todos mueren, salvo Ismael, que flota a la deriva sobre un ataúd. ¡Qué ironía!”. Evidentemente, éste no es un libro para puristas, probablemente Ibáñez Langlois, Lafourcade y Armando Uribe pondrían el grito en el cielo, pero a paseo con ellos, porque estos 90 bosquejos, ejemplifican una manera de comprender la misma literatura en su otro extremo: el de la superficialidad, el de la ignorancia, lugares tan caros a la cátedra para poder  enarbolar la especifidad y la sapiencia en sus mismos estudios.

 

En esto va el juego, puesto que da lo mismo haber leído o no cualquier clásico porque éstos ya han entrado al circuito (por su condición de clásicos) en el cual da lo mismo haberlo leído en tanto se presupone su misma lectura, y se presupone por la misma condición de clásico, generando un bucle de explicaciones contenidas dentro de la misma formulación del problema. Quiero decir, que muy pocos se han dado a la aburrida tarea de leer En busca del tiempo perdido (quizás porque se intuye que saliendo de su lectura, uno se da cuenta que perdió su tiempo), pero no por ello es menos cierto que todos saben que la chispa que inicia la saga, son unas magdalenas remojadas en té. Si todos los dizque lectores de Ulises fueran ciertos, entonces podrían hacer su propia nación, con emblemas patrios, idioma propio y todo lo demás, pero es que apenas alcanzan para justificar nuevas ediciones. Y a pesar de ello el “Bloomsday” en Dublín, es un evento multitudinario.

 

Se notará que he mencionado tres ejemplares conocidamente monstruosos en volumen, pero da lo mismo dentro de la selección de Lange: El proceso, La muerte en Venecia, El extranjero, El alquimista (sic) e incluso Watchmen son dibujados sucintamente en este libro-de-sobremesa y de referencia para el apurado. Imagino al imposible destinatario de este volumen, hojeándolo apresurado antes de una reunión nocturna queriendo dar una buena impresión… es casi una escena de Woody Allen.

 

En desmedro del ego enorme de los escritores, y de los beneficios que sus obras les han traído, existe este volumen que muestra aquel mismo trabajo como un producto cultural, cosa que es sin dudarlo, pero uno totalmente prescindible fuera del ámbito de la cátedra —en el supuesto que alguien siga leyendo.

 

No sin amargura lee el lector empedernido y porfiado, el lector que preferirá siempre el papel ante el Kindle, el mismo que huele las páginas de cada volumen comprado en una librería de viejos, que es el mismo que puede ser juzgado de snob, romanticón, siútico o directamente ñoño. Digo que, este lector, se siente descorazonado no por la calidad de este volumen —que espero, se note no es el tema de estas líneas—, sino por las implicancias del lugar que la literatura, que los clásicos de esta forma de arte, tienen en la sociedad actual lacia, desinteresada y profundamente ignorante.

De manera resumida se puede explicar, mas nunca explicitarlo todo. La riqueza cultural, los matices lingüísticos, los subterfugios argumentales que se resuelven —o no— frente a la expectante lectura; todos estos fenómenos quedan eliminados incluso en un abstract perfecto, puesto que éste tiene una función descriptiva, y la literatura jamás ha sido eso: los textos informativos se venden por poquitas monedas, y se botan en el basurero y eliminan de la memoria al final del día.

90 clásicos de la literatura para gente con prisas, Henrik Lange. Ediciones B. Barcelona, septiembre de 2009.