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Más allá del velo: El fútbol como idioma universal

15 Octubre 2020

Así como todas sentimos esa emoción colectiva en torno a este deporte, también sentimos esa discriminación colectiva que afecta a su práctica; el machismo y el racismo son extensos y han calado profundamente todas las sociedades. 

Constanza Abásolo >
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En el marco del mundial femenino del año 2019 Equal Playing Field, una ONG que busca crear oportunidades en el deporte para mujeres y niñas alrededor del mundo, decidió organizar durante el año 2019 un festival de fútbol en la ciudad de Lyon, Francia. Buscaban, en esta ocasión, romper dos records Guinnes.

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Ya tenían a su haber el record de realizar, durante el año 2017, el partido de fútbol a mayor altura, unos 5.714 metros, en la cima del Kilimanjaro (Tanzania). El primero de los nuevos records consistía en llevar a cabo un partido de fútbol con la mayor cantidad de nacionalidades, y el segundo era jugar el partido más largo sin interrupción en formato de 5 contra 5. Se lograron reunir para el primero 53 nacionalidades diferentes y para el segundo se jugaron 69 horas de forma continua.

Con un grupo de amigas chilenas decidimos viajar al mundial y asistir a este encuentro, nuestro turno de participar llegó el día 29 de junio a las 23:00 horas. Como éramos 4, se sumó a nuestro equipo una compañera brasileña. Íbamos de azul y jugábamos contra cuatro compañeras de rojo, tres gringas y la mamá de una de ellas –que debió haber tenido unos 60 años de edad, por lo menos– más su hijo, “un pata de vaca” que se estaba jugando la vida en ese partido. Él obviamente no entendió el contexto del evento; ellas eran un amor pero el “pata de vaca”, estaba repartiendo patadas como loco. El choque de estilos era más que evidente: las gringas muy físicas y directas; nosotras con un poco más de toque y la pelota por el piso. La experiencia futbolística más internacional que había vivido hasta ese momento; hasta ahí la sonrisa era de oreja a oreja, el evento impecable y la multiculturalidad que observaba era increíble.

Y de repente, con sus poleras azules de manga larga, calzas y hijab, afuera de la cancha y listas para ingresar, dos musulmanas; ya con eso el nivel de la experiencia internacional se disparó de increíble a inolvidable. Porque, qué mejor que jugar un partido en favor del fútbol femenino, de la visibilidad de la mujer en el deporte y de la igualdad de oportunidades, con mujeres que, si a una le ha costado el doble, a ellas les ha costado el triple. Pero, ¿por qué el triple se preguntarán ustedes?

Bueno, las mujeres iraníes (Irán es un país musulmán) pudieron ingresar nuevamente al estadio recién el año 2019, después de 40 años de prohibición. Por supuesto, tuvo que quemarse a lo bonzo Sahar Khodayari, quien enfrentaba cargos por aparecer en público sin hijab, tras su intento de ingresar al estadio disfrazada de hombre. Iba a enfrentar, por lo menos, 6 meses de sanción por su ingreso ilegal al estadio y fue, a la salida del tribunal de Teherán donde se quemó a lo bonzo. Perdió su vida dos días después en el hospital.

En Francia, país laico por excelencia, está prohibido el uso del burkini (un traje de baño que usan muchas musulmanas) en piscinas y balnearios, porque según el estado francés esta prenda es poco higiénica y atenta contra al laicismo del Estado. La prenda está fabricada del mismo material que los trajes de baño, por lo que no veo donde está la amenaza que puede provocar una mujer bañándose con sus hijos en una piscina o en el mar.

Y, ¿qué relación tiene esto con el fútbol y el evento organizado por Equal Playing Field? Pues todo. Ya que como plantea Betty Friedman en su libro La mística de la feminidad (1963), “se identifica la situación de la opresión de la mujer como una experiencia no personal, sino colectiva” y es esta experiencia colectiva de opresión –ser mujer en un mundo patriarcal– lo que vivimos todas las mujeres alrededor del mundo cuando queremos participar de un deporte que ellos llevan practicando por más de 120 años y que, hasta el día de hoy, se rehúsan a dejarnos jugar.

El fútbol femenino estuvo prohibido en Inglaterra desde 1921 hasta 1970 ya que consideraban que el fútbol era un deporte dañino y violento para el frágil cuerpo de las mujeres; donde un golpe podía dañar su fertilidad y donde su práctica iba totalmente en contra la feminidad que naturalmente posen las mujeres. O sea, si ya el hecho de ser mujer y querer jugar fútbol era y es escandaloso, imagínense el hecho de querer jugarlo con un velo. La forma de vestir de las mujeres siempre ha escandalizado a los hombres; nos han dicho: “las mujeres no pueden usar pantalones”, “la minifalta es muy corta”, “el velo las esclaviza”. El velo islámico representa a una mujer musulmana creyente y practicante del islam, nada más ni nada menos. Ellas y nosotras deberíamos poder practicar el deporte que queramos, con la ropa que queramos.

Se dice que el fútbol es un “idioma universal”. Ese día en Francia lo vivimos. Cuando reúnes a jugadoras que no se han visto antes en su vida pero tienen una idea de juego común, sólo hacen falta tres pases y un par de gestos y listo, el fútbol comienza a fluir. Pero además de lo que se ve, es también lo que se siente: la alegría de hacer un gol, la tristeza de una derrota, el abrazo apretado con las compañeras de equipo, son emociones transversales, nos pasan a todas. Desde la que jugó en la calle con los amigos, hasta las lágrimas de las holandesas por perder la última final del mundial, todas las hemos sentido. El fútbol es un idioma pero también una emoción colectiva, una emoción visceral universal.

Y así como todas sentimos esa emoción colectiva en torno al fútbol, también sentimos esa discriminación colectiva que afecta a este deporte; el machismo y el racismo son extensos y han calado profundamente todas las sociedades. El camino de cualquier mujer que haya alguna vez pateado un balón está lleno de prohibiciones y, más aún –dependiendo de la zona geográfica–, la religión y la raza pueden volver ese camino, que ya es difícil, en algo mucho más difícil. La discriminación es interseccional; en otras palabras, no sólo puedes ser discriminada por tu género sino, además, por tu religión, tu etnia, tu idioma, tu orientación sexual, etc.

Es por esto que el fútbol, en su universalidad, puede ayudar, si es bien canalizado, a eliminar estos prejuicios, entender mejor al otro y fundirnos en un abrazo sororo con una completa desconocida que te ayudó a hacer un gol. Porque los únicos colores que deberían importar dentro de una cancha son los de tu equipo y no los de tu piel.

Su derrota es nuestra derrota, su éxito es nuestro éxito. No podemos descansar hasta que no estemos todas sobre el podio.

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