El triunfo de Piñera y el fin de la Transición

25 Enero 2010
Se abre un nuevo ciclo, es de esperar que sea fecundo y que los errores que se criticaron a la coalición más exitosa de la historia de Chile, no sean reeditados. Por Jorge Navarrete Bustamante
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La derecha chilena vuelve democráticamente al poder después de 51 años, oportunidad en que alcanzó la primera magistratura con un candidato independiente.
Ello constituye algo más que una derrota a una coalición exitosa que detentó La Moneda por los 20 últimos años, y que por ese carácter concita aún el apoyo del 48 por ciento del electorado chileno.
No. Se trata que el triunfo logrado impecablemente el domingo recién pasado –asumido por todos los chilenos con una naturalidad tan propia de una democracia madura- supera significativamente el estigma que la derecha sólo podía alcanzar la Casa de Toesca por la vía de golpes de estado.
Pero hay más. Tal victoria, en mayor o menor medida, pone término a la transición, si es que alguno creía que seguía vigente.
Tal proceso eleccionario ha prestigiado a Chile. La prolijidad y rapidez de los escrutinios, así como la actitud de ambos candidatos, coaliciones, e iniciativa integradora del gobierno, una vez conocida la voluntad popular, constituyen un ejemplo digno de emular.
Ahora sólo cabe por parte de todos los chilenos, hacer votos porque la gestión del nuevo Presidente de la República sea plena de éxitos y alcancemos las anheladas metas de desarrollo que el país se ha propuesto y que se encuentran ya a la vista.
La derecha tiene gente capaz y fuerza política suficiente en el Congreso y municipalidades para hacerlo bien. Y tendrán una oposición madura, sólo si logra superar positivamente la gran encrucijada: se refunda o se divide.
Efectivamente, tendrá que demostrar que si en el pasado los unió la conquista y consolidación de la democracia, en ella misma debe nutrirse para re inventarse con nuevos liderazgos, estrategias, y “modos de hacer las cosas”.
Tendrá que aprender a hacer oposición en democracia.
Ello es un proceso incremental y complejo. Debe alejarse de una buena vez de los personalismos partidarios que sólo alienta “operaciones” y el “control” en beneficio propio y de algunos poderes fácticos internos y externos a cada colectividad. Es decir, la solución no va por el “camino propio” individual ni institucional.
Cierto, ha culminado –y de ello no parece haber dos opiniones- un ciclo exitoso de gobiernos de la “Concertación de Partidos por la Democracia” y que producto del desgaste de dos décadas de positivas transformaciones no logró traducir adecuadamente tales cambios a la ciudadanía, renovar liderazgos ni desarrollar suficiente un capital social que se equilibrara ante la maquinaria partidaria.
Ello fue advertido en estas columnas en años pasados.
Indudablemente, éste es el momento de resolver la encrucijada. Y vaya que la Concertación sabe hacerlo pues si bien tiene trayectoria, valores y compromiso de país, ha demostrado la capacidad de superar situación complejísimas y la virtud de reinventarse sin perder su identidad.
Indudablemente, superará este trance en que el descontrol y la indisciplina de algunos, el desmedido afán hegemónico de otros, y la autocomplacencia de la mayoría, condujo a la al debilitamiento del sentido unitario de poder Concertación. En suma, a la fracturar su “animus societatis”.
Se abre un nuevo ciclo en nuestra patria, es de esperar que sea fecundo y que los errores que se criticaron a la coalición más exitosa de la historia de Chile, no sean reeditados por quienes asumirán la primera magistratura en éste pequeño país, en este lejano rincón del mundo.