Los cambios se logran cuando las crisis globales se convierten en rupturas exponenciales

Los cambios se logran cuando las crisis globales se convierten en rupturas exponenciales

02 Junio 2020

La crisis puede solucionarse volviendo al estado anterior. Con la ruptura no hay vuelta atrás. Por lo tanto, si queremos que el mundo cambie, tenemos que convertir las crisis globales en rupturas exponenciales.

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Por Carlos March

La crisis global que pone en riesgo la existencia de la humanidad es la crisis climática. La pandemia es una crisis global con altos impactos en una parte de la humanidad, pero que está enmarcada en la crisis climática. Las acciones para concretar los cambios que requiere el planeta se tienen que construir a partir de la identificación de las rupturas que generan ambas crisis globales. 
La pandemia es intensa en daño y efímera en tiempo; la crisis climática es progresiva en daño y permanente en tiempo. En la pandemia, la prevención es la cuarentena (al menos hasta que no se encuentre un tratamiento) y la cura, la internación: ambas, cuarentena e internación paralizan la vida activa y dependen de acciones enmarcadas en un contexto predeterminado. En el cambio climático, la prevención es la adaptación y la cura es la reparación: ambas activan la vida y dependen de la capacidad de cambiar los paradigmas que rigen el contexto. El punto es preguntarse por qué somos tan estrictos y aislamos a las personas que contagian personas y somos condescendientes con las personas que contaminan el planeta. Como demuestran la pandemia y el cambio climático, o nos integramos al planeta o el planeta nos desintegra. Las acciones para combatir la pandemia salvan vidas; las acciones para revertir la crisis climática salvan medios de vida. Y ambas, tanto las acciones que ponen a salvo vidas como las que salvan medios de vida requieren rupturas entre lo que estamos haciendo y lo que se necesita hacer.
Porque como describen Xavier Guilhou y Patrick Lagadec[1] en el libro “El fin del riesgo cero”, hay dos tipos de riesgo: crisis y ruptura.
“La crisis es el accidente más la desestabilización. Combina el desencadenamiento de dificultades, el desorden en el funcionamiento de las organizaciones y divergencias en cuanto a las opciones fundamentales.  Con la crisis, la cuestión de la información del público se vuelve central.  No se trata solamente de aplicar soluciones listas para ser empleada en problemas definidos.  Será preciso legitimar la propia acción, mantener la credibilidad, hacer gala de eficacia en la ayuda a la población.” 
La ruptura genera “discontinuidad de los procesos y las secuencias”, expresado en un “antes” y un “después”.  La ruptura entra en un esquema de “desarrollo de dinámicas globales” donde todo se vuelve interdependiente.  Provoca “la pulverización de los puntos de referencia, lo que se podría llamar el gran desvío mental, la pérdida de sentido, la abolición de las reglas del juego y sus convenciones”.  La ruptura impacta en “lo singular, la inestabilidad, la cristalización”, que puede graficarse de la siguiente manera: “un pequeño desvío aquí, un trastorno allá”.  La ruptura no escapa a “el problema de las situaciones límites: lo aberrante tiende a imponerse como modalidad estructurante de lo cotidiano”.  Por último, la ruptura destroza “la secuencia pericia-información-decisión: estaba bien establecida; se pulverizó, sobre todo cuando el adversario no pasó por el itinerario planificado”.
La crisis puede solucionarse volviendo al estado anterior. Con la ruptura no hay vuelta atrás. Por lo tanto, si queremos que el mundo cambie, tenemos que convertir las crisis globales en rupturas exponenciales.
Muchas crisis globales, como la financiera del 2008 por citar un ejemplo reciente, se resolvieron ajustando algunos ejes, quitando a tal o cual actor financiero del medio o rescatando a otros, pero no se generaron reformas estructurales ni cambios de paradigmas. Es decir, la solución a la crisis fue volver al estado que la generó, en lugar de avanzar hacia una ruptura que promoviera un mercado financiero más ético y trazable. Es decir, se encarceló a Bernard Madoff[2] pero no se lo reemplazó con Joan Melé[3].
Con los efectos del cambio climático pasa algo similar: son abordados bajo la lógica de crisis climática y ya vamos por la COP 26[4] y los efectos globales que dañan el planeta no se detienen. Por eso, es necesario identificar las rupturas que genera el cambio climático y trabajar sobre ellas para generar un punto de no retorno para que se produzcan los cambios estructurales que necesita la acción climática. Lo mismo debe suceder con la pandemia que no puede ser abordada como una crisis, sino que tiene que ser convertida en ruptura. ¿Cuál sería una ruptura en el marco de la pandemia?: por ejemplo, declarar la vacuna –o el tratamiento adecuado- contra el Covid 19 un bien público global, para que sea un bien al servicio de la salud pública y no un recurso comercializado en beneficio del mercado medicinal. 
Tanto el cambio climático como el Coronavirus combinan crisis globales con rupturas exponenciales. De la habilidad de gestionarlas dependerá regresar a como todo era antes, o avanzar y convertir las crisis en oportunidades de cambio y las rupturas en certezas de transformación.
De la crisis a la ruptura
Podemos a partir de diversas lecturas encontrar algunos de los principales conceptos que asemejan a ambas crisis globales[5]:
Shock físico. Tanto la crisis climática como la pandemia son shocks físicos de la realidad, del cosmos. Una vez que se generan siguen leyes físicas que no responden a sentimientos humanos o poderes políticos o económicos. No es posible negociar con la física. Sí se quiere actuar sobre y con el shock físico, y para ello, es necesario conocer las causas y las leyes que rigen el shock para actuar de acuerdo a ese conocimiento. En los shocks físicos, la ciencia precede a la política y a la voluntad de poder. La ciencia y el conocimiento deben ser incorporados a los espacios de toma de decisión de la democracia.

Uso ético de la ciencia. La ciencia no resuelve la ética. El uso político de la ciencia, para enfrentar o superar un shock físico, debe orientarse a hacer posibles proyectos éticos construidos a partir del saber científico (eje en los derechos humanos y el cuidado del planeta). Con la misma física que se hacen misiles se generan insumos para superar pandemias como el COVID19. La ética precede a la ciencia, a la tecnología y a la política. La democracia es un proyecto ético cuando la sociedad civil incide en la definición de la calidad de vida y la institucionalidad se rige por el Estado de derecho.

Crisis sistémicas, no estacionales, no lineales y regresivas. Tanto la pandemia como el cambio climático son sistémicos, sus manifestaciones y efectos se propagan a través de todo un mundo interconectado. No son estacionarios, cambian y se transforman rápidamente, no permanecen en un estado o estadio. Por eso, mucho de lo que ocurre hoy no sirve para proyecciones futuras. No son lineales (son caóticos) por eso su impacto es desproporcionado y catastrófico una vez que pasa ciertos límites. La pandemia y el cambio climático son multiplicadores de riesgos dado que exacerban las vulnerabilidades, como lo estamos viendo en la salud, pero también en la economía y en el sistema democrático. Son regresivos, afectan desproporcionadamente las poblaciones vulnerables. No son cisnes negros, ambos han sido advertidos por la ciencia y en ese sentido son un fracaso internacional en materia de gestión de riesgo. En las nuevas transformaciones democráticas la ciencia y el conocimiento usado con criterio ético son la base para diseñar las políticas de previsión de riesgo o de daño y para impulsar los procesos globales que exigen procesos interdependientes y articulaciones interdisciplinarias.

Baja resiliencia en instituciones y servicios públicos. La pandemia y el cambio climático han evidenciado la baja resiliencia de las instituciones y servicios públicos. Han sido diseñados dentro de franjas estrechas de operación y a corto plazo. No se consideran las situaciones límites de vulnerabilidad, lo que hace que los hospitales se puedan desbordar, baja disponibilidad de equipos médicos, carencia de insumos a corto plazo. Y lo mismo ocurre con la crisis climática donde no hay condiciones para prever, prevenir y operar en contextos hostiles de sequías, grandes migraciones, hambre o enfermedades infecciosas. El deterioro del planeta -como la mala calidad del aire en las ciudades que hace a sus habitantes más vulnerables- aumenta los riesgos de pandemias y extrema las exigencias sobre los bienes públicos. El diseño de nuevas instituciones y servicios públicos de alta resiliencia es una meta fundamental de las nuevas transformaciones democráticas.

Institucionalidad global. Tanto la pandemia como la crisis climática reflejan problemas de «tragedia de los bienes comunes», ya que las acciones individuales pueden ir en contra del bien colectivo y agotar un recurso común precioso. Ni las pandemias ni los riesgos climáticos se pueden enfrentar sin una verdadera coordinación y cooperación global. Una institucionalidad global que no se fragmente en los intereses particulares de los países, sino que pondere y priorice los problemas que enfrenta el planeta y defina los límites éticos de las soluciones.

Estos cinco aspectos de vinculación entre pandemia y crisis climática, nos ponen frente a dos desafíos distintos si queremos convertir las crisis en rupturas: en el caso del cambio climático es necesario romper la inercia generada por una crisis sostenida en el tiempo que en gran medida el mundo se acostumbró a padecer. En cuanto al Covid 19, se requiere proactividad para encontrar aquellas rupturas estructurales que impidan que la crisis se resuelva mitigando efectos y volviendo al estado de cosas que la generó. El cambio climático requiere deconstruir la crisis para convertirla en ruptura; la pandemia exige construir rápidamente la ruptura para evitar que se instale como crisis.

Hay una pregunta interesante en el marco de la agenda climática que desata muchas respuestas: ¿Por qué el Coronavirus logró en tres meses los resultados positivos que la humanidad no pudo alcanzar durante décadas en materia de control de los efectos del daño generado por la crisis climática? ¿Por qué un virus silencioso opacó la prédica de Greta Thunberg? La respuesta, en lugar de ahondar en los diferentes motivos, debería concentrarse en una similitud interesante: tanto Greta como el Coronavirus son dos fenómenos exponenciales (masivo alcance y alto impacto en corto tiempo) que ningún actor, ni público ni privado, pudo capitalizar en el sentido del bien común para acelerar o profundizar los impactos incrementales de sus procesos de transformación. Particularmente, la sociedad civil carece de estrategias para capturar los efectos positivos de la exponencialidad y sumarlos a sus procesos incrementales. Tanto Greta como el COVID 19 desnudan esas incapacidades. Si queremos generar rupturas necesitamos desarrollar la habilidad de combinar los efectos generados desde la inmediatez de un suceso exponencial, con los impactos secuenciales provocados por procesos sostenidos en el tiempo.

Otro punto interesante es analizar aquellos aspectos que van más allá del propio poder del virus y que ayudan a convertir a ese virus -como es el caso actual del COVID 19- en una pandemia. Las condiciones de pandemia las incrementan estados inoperantes cuando no ausentes, bienes públicos de baja calidad, funcionarios que ignoran la diferencia entre políticas de salud y planes de medicina, burocracias ineficientes, gestión de políticas públicas sin información ni conocimiento, falta de previsibilidad y prospectiva, modelos económicos de acumulación que generan millones de pobres en el mundo, dirigentes sin la sofisticación necesaria para comprender los problemas y dilemas de sociedades cada vez más complejas y corrupciones estructurales que se apropian de recursos públicos. La pandemia pone en crisis los servicios de medicina por no haber desarrollado antes políticas públicas de salud.

Como suele afirmar el filósofo Bernardo Toro, que junto a Leonardo Boff desarrollaron el paradigma del cuidado que hoy cobra imprescindible vigencia, “ninguna sociedad puede garantizar a todos sus miembros acceso a medicina de calidad, pero sí es posible para una sociedad, asegurar a todos, el acceso a salud de calidad”. Las causas que originan la pandemia, así como las que dan origen a los efectos negativos del cambio climático, son un problema del sistema democrático y del modelo de desarrollo económico y no de una empresa que contamina o de un murciélago contaminado. La insalvable inequidad social a nivel global hace imposible que medidas universales como la cuarentena puedan ser cumplidas por todos los segmentos sociales. Lo que para los sectores medios y altos es una cuarentena, para los sectores más vulnerables es hacinamiento. Lo que al primer mes de Covid 19 fue pandemia sanitaria, al segundo mes de cuarentena fue pandemia democrática y al tercer mes fue pandemia económica. La pandemia se llevó puestos varios de los principios sobre los que se sostienen las democracias, como, por ejemplo, el principio de división de poderes, exacerbando el hiperpresidencialismo y clausurando los poderes legislativos y judiciales. Lo negativo del cambio climático promovido por los intereses económicos privados no puede ser frenado por las políticas públicas de los estados porque de las cien principales economías del mundo, 51 son grandes corporaciones globales mucho más poderosas que la mayoría de los países. Ya no puede ocultarse que es imperioso reformular la gobernabilidad y gobernanza desde una institucionalidad global e interpelar un orden jurídico internacional que tampoco resulta eficaz y mucho menos eficiente para enfrentar el nivel de dificultades y complejidades que plantean las crisis planetarias. Tenemos que desarrollar la inteligencia colectiva necesaria para encontrar en las crisis globales que generan el cambio climático y la pandemia, las rupturas que nos lleven, no a encontrar soluciones, sino transformaciones: si abordamos el Coronavirus como crisis, puede que generemos las soluciones para terminar con la pandemia sanitaria, pero difícilmente alcancemos los cambios necesarios para acabar con las pandemias democrática y económica.        

Otro debate en ciernes pasa por aventurar que luego de esta crisis global nada será igual. Y muchos creen que nada será igual para mejor. Tal vez, pero parecería complicado: un mundo que ha logrado convertir las oportunidades en crisis, ¿por qué podría lograr transformar una crisis en oportunidad? La oportunidad de la revolución industrial derivó en la crisis de un capitalismo salvaje; la oportunidad de la distribución de recursos y saberes que ofrece la tecnología la convertimos en un refinamiento de la monopolización de conocimiento, dinero y logística. La oportunidad de la democracia derivó en profundas crisis de representación cuando no en corrupciones estructurales o sangrientas dictaduras. La industrialización organiza la producción, la tecnología el conocimiento, la democracia la manera de convivir en sociedad. Tal vez el problema no esté en la estructura que nos organiza sino en el paradigma que las crea o en aquel que luego de crearlas, se ignora. Después de todo, pasamos de los caballos de fuerza del fordismo a los unicornios de la tecnología, pero la mayoría de la sociedad nunca logró cabalgarlos y sigue de a pie. La pandemia no está en la fortaleza del virus, sino en la vulnerabilidad de la sociedad. Así como la solución al cambio climático, no está en la adaptación, reparación o mitigación de lo climático, sino en la interpelación de lo que estamos entendiendo por cambio. Esto último es precisamente lo que hizo el Coronavirus, interpelar el cambio que proponen los acuerdos y planes de acción climática que, pese a los muchos esfuerzos realizados sobre todo desde la sociedad civil, jamás lograron que ríos que estaban contaminados se llenaran de peces y paisajes ocultos tras el smog se pudieran volver a contemplar.

En definitiva, la pandemia nos pone frente al espejo del cambio climático. Y la imagen que nos devuelve del presente es la que nos proyecta al futuro: el Covid 19 mata personas y resucita el planeta. Y frente a ello hay dos caminos: o nos enojamos con el espejo o cambiamos el presente. Es por ello que la propuesta de Fundación Avina de declarar a la vacuna –o el tratamiento adecuado- contra el Covid 19 como bien público global merece ser considerada.
Bienes públicos globales como ruptura
La Fundación Avina definió a un bien público como “todo bien o servicio que está al alcance de toda la comunidad en igual cantidad y calidad y aporta a la dignidad humana”. Si a esa definición se le agrega la dimensión de global, entonces tenemos que un bien público global es aquello que debería ser de acceso garantizado a todas y todos los habitantes del planeta que deseen poseerlo.

Estos bienes pueden clasificarse en tres grupos: 1) Los naturales, como lo son la estabilidad climática, la capa de ozono o la biodiversidad. Un buen ejemplo podría ser el propio planeta; 2) Los de producción humana, como el conocimiento, los estándares internacionales, el espectro electromagnético. En este caso, podríamos mencionar como ejemplo Internet; 3) Los objetivos políticos globales que son en sí bienes públicos como la paz o la libertad. Uno de los riesgos más relevantes de esta pandemia ha sido y será cada vez más la pérdida de principios sobre los que se sostiene la democracia. Algunas de las medidas que se vienen tomando, si bien están al límite de lo democrático, están enmarcadas en los estados de excepcionalidad de la democracia. Otras, empiezan a transgredirlos. Es por esa razón que resulta clave en el marco del cuidado, profundizar el principio de la libertad y el respeto por las libertades individuales, poniendo límites al control que se ejerce sobre la población. Los derechos humanos en general y, sobre todo a partir de la pandemia del Covid 19, el derecho a la salud en particular debe ser respaldado en cuanto a su acceso a nivel individual, tanto como resguardado en el plano de su alcance universal, evitando avasallamientos en la aplicación de políticas públicas.

En consonancia con este marco conceptual, Avina impulsará una campaña para que cuando la vacuna –o el tratamiento- contra el Covid 19 sea descubierta, se la declare inmediatamente como bien público global, de tal manera que la fórmula no pueda ser registrada bajo patentes y quede disponible para todo aquel que desee producirla y distribuirla gratuitamente y así asegurar su aplicación para todas las personas que deseen acceder a ella –la propuesta no aboga por la obligatoriedad de la aplicación de la vacuna sino por su libre acceso- garantizado el derecho de acceso a la salud más allá de las reglas de juego del mercado y de la capacidad de destinar recursos públicos por parte de los estados.
De lo contrario, nos seguiremos enojando con el espejo.